Seguir tras las huellas
de unos testigos del Evangelio, no deja para nada indiferente, sobre todo si
estos testigos han entregado su vida, siendo mártires. Dos Hermanos Menores
Conventuales y sacerdotes, Miguel Tomaskzek y Zbigniew Strzatkowski, y un
sacerdote de la Comunidad Misionera Paraiso, p.. Alessandro Dordi,, fueron asesinados
por el grupo terrorista Sendero Luminoso, en Perú. Y no son lejanos en el
tiempo, en agosto del año 1991, y menos en del corazón de muchos que los
conocieron en vida y otros tras su muerte, en defensa de la justicia y de
Evangelio. Beatificados en Chimbote el 5 de diciembre de 2015.
Al recorrer los lugares
de martirio, se da uno cuenta que son tierra santa, porque ellos tienen un
significado muy fuerte de lo que significa entrega hasta dar la vida, porque
son lugares que ha suscitado mucha vida y mucha esperanza, en un momento el que
país estaba convulsionado por tanta violencia e injusticia sufrida. Y como
tierra santa recuerda por su aridez la tierra de Jesús, Palestina. “Santa” es
precisamente el nombre del río y del pueblo que donde realizo su labor
misionera el P. Alessandro (Sandro para los amigos). Al borde de la carretera,
en el lugar donde fue martirizado, se encuentra un pequeño monumento, recordando
el perfil de una iglesia, donde amparado bajo un tejadillo, y que en frontal dice: “Descanso del Buen
Pastor”, algo muy acertado para el p.
Sandro, y en la misma suerte que Cristo, el Buen Pastor.
Otro lugar ya
adentrándonos en el interior, en los Andes peruanos, por caminos sinuosos y
secos casi desérticos, un pequeño pueblo es Pariacoto, un lugar tranquilo.
Allí, con el deseo de vivir el Evangelio al estilo de s. Francisco, tres
frailes polacos se lanzaron a la misión, tratando de inculturizarse y de ser
cercanos con los más pobres. Esta misión la llevaron a cabo con mucha pobreza,
mucha alegría, mucha confianza en la Providencia, en tiempos de mucho miedo y
mucha agitación social. Pero no a todos les parecía bien, ya que, ponían en
cuestión otras “revoluciones”. Sendero Luminoso decía que la religión adormecía a los pobres, cuando en
verdad era que los frailes les enseñaban a campesinos y a la gente sencilla a leer,
les ayudaron con medicinas, les daban dignidad y predicaban la paz. Por eso Sendero
Luminoso quiso acabar con sus vidas. A dos de ellos, Miguel y Zbigniew Dios les
concedió el don del martirio; y el tercero, Jareck, Dios le pidió dar la vida
de otro modo y nada fácil: vivir para contarlo (ser también testigo).
Actualmente es el responsable de las Misiones para toda la Orden de los
Franciscanos Menores Conventuales y ha participado en otra misión en Uganda.
Recorrer el camino
polvoriento, y a veces hasta peligroso si se hace en moto-taxi, desde Pariacoto
a Pueblo Viejo, donde fueron asesinados los hermanos, te hace revivir aquellos
momentos que tuvieron oscuros, por la hora al atardecer, pero también por la
incertidumbre, ya sólos con los verdugos y sin hermana Bertha, esclava de Sagrado Corazón, que le permitieron
acompañarle hasta prácticamente el último momento, pero de un total abandono en
las manos de Padre. El recuerdo del lugar es lugar para descalzarse, como
Moisés ante la zarza ardiendo, tierra sagrada.
Estremece poder
celebrar la Eucaristía en la iglesia de la fraternidad de Pariacoto, donde
hasta hace bien poco estaban las sepulturas de los hermanos, ahora en una
capilla nueva; estremece sentir el Evangelio “..vosotros quién decís que soy yo…el que quiera seguirme que cargue con
su cruz”, en la consagración:” ..Tomad
y comed este es mi cuerpo que será entregado por vosotros”..; estremece compartir
con un coro de niños vivos, alegres, y sencillos, que se han aprendido con
mucho cariño el himno oficial para la beatificación; estremece poder compartir
un tiempo con los que fueron algunos jóvenes y catequistas en vida de los
mártires. El lugar está resultando ya un lugar de peregrinación y de fe para
muchos.
Una última parada, en
Arequipa, donde salimos al encuentro de otra hermana de las esclavas, Ana Mª Chávez,
que compartió misión con los hermanos: El recuerdo y la emoción es bien vivo a flor de piel, con un agradecimiento
profundo a Dios, ni pizca de odio y todo perdón a los verdugos, incluso siendo
gente cercana que las hermanas habían preparado para el matrimonio. Cariñosamente
dice de los frailes: “eran unos hombres de Dios” y de uno de ellos afirma:” la
alegría más grande que tengo a mi “nieto” que está en los cielos”.
Toda la diócesis de
Chimbote, la Iglesia en Perú y los frailes se han volcado en esta beatificación.
Porque ya lo dice el himno: “Ellos están aquí, son testigos de
la esperanza, su sangre llenó de flores mi país.”
Más información : http://www.beatificacionchimbote.org/
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